El domingo tuvo lugar en Madrid una misa multitudinaria en la madrileña Plaza de Colón organizada por la Iglesia Católica, oficiada por el Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, y que contó con la presencia virtual vía satélite de Su Santidad el Papa. Según la COPE, asistieron al acto un millón de personas.
El lema y mensaje principal del acto ha sido el modelo de familia y matrimonio que es él de la Sagrada Familia de Nazareth, marcada por la "donación esponsal" del varón a la mujer "y de la mujer al varón y, por ello, esencialmente abierta al don de la vida: a los hijos".
Rouco Varela resaltó que la familia se puede concebir, ordenar y vivir cristianamente, según la ley de Dios, "de forma muy distinta" a la que "en tantos ambientes" está de moda y dispone de tantos medios y oportunidades mediáticas, educativas y culturales para su difusión. El presidente de la Conferencia Episcopal se ha dirigido a los abuelos, a los matrimonios, a los jóvenes y, especialmente, a los niños porque ellos son "los preferidos del Señor". Esta última afirmación me parece poco fundada, pues si Dios quiere a todos por igual, no hará distinciones entre niños y adultos, en todo caso entre almas puras e impuras en función de las circunstancias personales de cada uno.
Después siguió con el mensaje habitual de la Iglesia Católica, que no por biensonante deja de ser hipócrita:
"Los niños necesitan de sus padres. Necesitan del amor de un padre y de una madre para poder ser engendrados, traídos al mundo, criados y educados conforme a la dignidad que les es propia desde el momento en el que son concebidos en el vientre materno: la dignidad de personas, llamadas a ser hijos de Dios", insistió Rouco Varela.
Cierto, los niños siempre necesitan de sus padres, pero es un hecho muy frecuente que se tienen que criar con uno solo de ellos, sea por quedarse huérfanos de uno de ellos, por divorcio o separación de los padres o por perder uno de los padres la patria potestad por decisión judicial. También pueden quedarse privados totalmente de los padres por razones análogas, pasando a ser adoptados por familiares o terceros.
Existen muchos matrimonios destrozados, porque el amor se perdió, porque se ha hecho imposible la convivencia o por otras razones. Existen muchos matrimonios que distan de ser ejemplares y de servir de soporte a los hijos nacidos de ellos. Claro que también existen muchos que funcionan perfectamente y en los que reina el amor. Pero las relaciones humanas no se rigen primordialmente por principios cristianos de amor al prójimo, sino por intereses -conscientes o subconscientes- de tipo afectivo, sexual, económico. En ocasiones -incluso frecuentemente- los niños no son precisamente fruto del amor, sino consecuencia de pasiones desenfrenadas, aunque ello no significa necesariamente que nazcan en contra de la voluntad de sus padres.
"Estremece el hecho y el número de los que son sacrificados por la sobrecogedora crueldad del aborto, una de las lacras más terribles de nuestro tiempo tan orgulloso de sí mismo y de su progreso. Ellos son los nuevos 'Santos Inocentes'", afirmó Rouco Varela ante los aplausos de los asistentes. Muchas son las dificultades de toda índole, económicas, sociales, jurídicas y culturales, morales y espirituales, pero los matrimonios, dijo, deben vivir su unión como "lo pide la voluntad de Dios" aunque eso suponga "un reto formidable".
La voluntad de Dios. Es decir, el matrimonio es consecuencia de la providencia divina y que se tiene que vivir siguiendo unas reglas que estableció el Altísimo a través de sus profetas o el Evangelio difundido por Cristo. El Cardenal Arzobispo reconoce, no obstante, que puede suponer un reto vivir el matrimonio así. Eso parece lógico, pues las reglas establecidas por instancias superiores no respetan el libre albedrío de los que se unen en matrimonio, la libertad individual y la diferencia de pareceres sobre lo que tiene que ser el matrimonio. En este punto me parece que la Iglesia demuestra un desfase más en el tiempo. La sociedad occidental actual no se rige por reglas bíblicas para organizar sus interrelaciones personales, sino por reglas establecidas por el ordenamiento jurídico. La voluntad de Dios sólo puede ser la felicidad de sus fieles, facilitarles unas pautas para la convivencias y unos valores a transmitir a los hijos, y esa felicidad difícilmente puede funcionar igual para todos. Depende de la libertad individual.
"La cultura del relativismo egoísta, del interés y de la competencia de todos contra todos, y la cultura de la muerte son muy poderosas. El lenguaje de la creación es claro e inequívoco respecto al matrimonio: un varón y una mujer, el esposo y la esposa que se aman para siempre y ¡dan la vida!", reiteró. "Es posible y urgente vencer la cultura de la muerte con la cultura de la vida. Se puede y urge vencer la cultura de la dura y egoísta competencia, ¡de la egolatría!, con la cultura del amor verdadero", añadió.
Ciertamente, el relativismo es un mal de nuestros tiempos, los valores fundamentales son relativizados dejando a la sociedad sin rumbo en muchas cuestiones. Pero, ¿qué ocurre, por tanto, con esta maravillosa institución del matrimonio cuando no concurren estos principios cristianos del amor y de la paz? La cultura del amor es algo muy inestable, impreciso. Según la Iglesia Católica, la familia sólo es concebible en la forma que ella predica. Pero con esta postura demuestra que no vive en la realidad social del mundo actual. La forma tradicional de la familia se queda atrás, las relaciones humanas han variado -al menos en el mundo occidental- y existen otras prioridades. ¿Qué es el amor verdadero? Yo diría que una utopía. El amor es un sentimiento fluctuante, sea de tipo afectivo-sexual o de tipo afectivo-espiritual, y raras veces dura toda la vida respecto a una misma persona. En el pasado, las familias que no se ajustaban a lo que establecía la Iglesia como voluntad de Dios eran marginadas, despreciadas, incluso se negaban a sus hijos derechos tan básicos como el bautismo o la comunión. La concepción del amor de la Iglesia debe haber cambiado mucho, pero aún así la Iglesia no ha superado la hipocresía con la que actúa.
Y luego están allí dos cuestiones muy controvertidas: El aborto y la eutanasia. La iglesia habla sólo de cultura de la muerte, pero no es tan simple. La discrepancia se plantea cuando se discute sobre cómo regular ambas prácticas. No cabe duda que debe primar la voluntad de las personas afectadas, mientras que la ley sólo debe crear el marco y los requisitos para que se pueda decidir sobre la vida del no nacido o la vida de uno mismo. En ningún caso debería ser el estado quien decide, éste sólo debe vigilar que sea respetada en todo momento la voluntad individual.
No se trata, por tanto, de una cultura de la muerte. Como mucho lo llamaría el negocio de la muerte, porque en el fondo se trata de hacer negocio más que conceder derechos. (ahorrar gastos sanitarios, inventar nuevos servicios). Además, la Iglesia no tiene precisamente un pasado que avale su coherencia en esta materia. La inquisición y la práctica de echar agua bendita sobre las bombas durante las guerras para que mataran a muchos enemigos (muchas veces también cristianos que practicaban la misma costumbre) también fueron una cultura de la muerte mucho más deleznable que lo que critica hoy en día y que -enfocado de una forma sensata y con garantías legales- responde a una necesidad social.
El aborto siempre ha existido, tanto por razones económicas como por motivos de estatus social, y siempre existirá, se permita o no por la ley. Sólo que bien regulado se practicará siempre con garantíans sanitarias, algo que en el pasado no existía y suponía para muchas mujeres la muerte segura. Lo importante es que el estado garantice una información previa exhaustiva y objetiva para que las mujeres que quieran abortar lo hagan conscientemente y dentro de unos límites de tiempo, pues el no nacido también adquiere unos derechos a partir de cierto momento y que deben ser respetados y garantizados. Tampoco se debe olvidar que el aborto tiene también su lado positivo: En Nueva York se hicieron estudios sobre la incidencia del aborto entre la población marginal en relación con la tasa de delincuencia. Al mejorar las condiciones de vida de la población marginal, muchas veces sumida en la miseria por tener un gran número de hijos no deseados, criados en un entorno social sin expectativas de futuro y de formación, la disminución del número de hijos hizo que bajara notablemente la tasa de delincuencia en esta ciudad, lo que no fue precisamente un mérito del alcalde Guiliani. Luego, evitar el nacimiento de niños con defectos genéticos también supone una contribución a la estabilidad emocional de las familias afectadas, un coste menor para la sociedad al no tener que atender durante décadas a personas que no se pueden valer por sí solas y la no marginalización de personas con deficiencias, así como la mejor atención a aquellas que sí llegan a nacer y deben contar con los servicios garantizados por una sociedad avanzada.
Por otra parte, la eutanasia siempre ha sido aplicada por regímenes totalitarios o por algunos miembros del personal sanitario o médico -por suerte algo no muy frecuente- para acabar con la vida de disidentes, enfermos o disminuidos físicos o psíquicos en contra de la ley y/o de la voluntad personal del afectado. Pero la eutanasia puede suponer una respuesta válida para enfermos terminales o en estado vegetativo que no desean seguir viviendo y sufriendo - y de hecho se practica en algunos países como Holanda sin que consten irregularidades en la práctica de la eutanasia.
Rouco agradeció las palabras del Papa, "extraordinariamente sensible a las necesidades humanas y espirituales de la familia en estos momentos tan críticos por los que atraviesa la humanidad", y subrayó que ha querido alentar a todos los presentes "a ser testigos valientes e incansables" del Evangelio de la Familia.
El Papa será sensible con la familia católica, no con la familia en general, pues la familia como tal no se suele regir por el evangelio. Es más: Me parece que la Iglesia vive bastante al margen de la realidad de la familia y de la sociedad en general. La familia como tal no es sólo la cristiana, es cualquier unión entre dos personas, con o sin hijos. En sentido estricto, una pareja unida en matrimonio o por unión civil no es matrimonio si no tiene hijos. No cabe duda: La institución de la familia ha cambiado. Junto a la familia cristiana existen familias alejadas de creencias religiosas, así como familias de nuevo cuño que -por atípicas que sean a los ojos de las familias tradicionales- no dejan de ser familias mono o biparentales. También ellas merecen el amor de Dios y seguramente lo tendrán, aunque no sean familias según las reglas que -como afirma la Iglesia- representan la voluntad de Dios.
El Papa Benedicto XVI dirigió, en el tradicional rezo del Ángelus, un mensaje en castellano a los miles de fieles congregados en Madrid en el que les ha pedido que no dejen que "el amor, la apertura a la vida y los lazos incomparables" que unen su hogar se "desvirtúen".
"Dirijo un cordial saludo a los participantes que se encuentran reunidos en Madrid en esta entrañable fiesta para orar por la familia y comprometerse a trabajar en favor de ella con fortaleza y esperanza", dijo Benedicto XVI desde el balcón de su habitación en San Pedro del Vaticano. "Queridas familias, no dejéis que el amor, la apertura a la vida y los lazos incomparables que unen vuestro hogar se desvirtúen. Pedídselo constantemente al Señor, orad juntos, para que vuestros propósitos sean iluminados por la fe y ensalzados por la gracia divina en el camino hacia la santidad", continuó.
"De este modo, con el gozo de vuestro compartir todo en el amor, daréis al mundo un hermoso testimonio de lo importante que es la familia para el ser humano y la sociedad. El Papa está a vuestro lado, pidiendo especialmente al Señor por quienes en cada familia tienen mayor necesidad de salud, trabajo, consuelo y compañía", ha añadido.
La oración y la meditación siempre han servido para calmar los ánimos, para buscar la paz mental y ser razonable. La repetición de determinadas reglas de vida, sean éstas cristianas, budistas o de otra religión, siempre ha servido para reflexionar y buscar el camino más sensato para la vida personal y en comunidad. Pero la oración también puede ayudar a reprimir la verdadera voluntad del individuo, al que se obliga así a autolimitarse por las reglas impuestas y aceptadas como voluntad divina a la que la voluntad individual queda supeditada cuando no coincide con ella. Y es la Iglesia la que nos dice cuál es esa voluntad divina.
En resumen, la misa multitudinaria en la Plaza de Colón ha sido una demostración más de la incapacidad de la Iglesia Católica de buscar nuevas formas de diálogo social y de ofrecer alternativas cristianas a la actual política social del gobierno que puedan ser convincentes para un público más amplio que los cristianos organizados en parroquias u organizaciones ultracatólicas. Hace tiempo que la Iglesia falla al no saber modernizar el mensaje que intenta transmitir a la población. A los ciudadanos de hoy no se les puede atraer con lecturas de tiempos pasados que nada tienen en común con la vida actual. La Iglesia necesita renovarse, aunque ello no implica ninguna renuncia a los perincipios cristianos. El amor que predica tiene que ser puro y verdadero, no hipócrita y sectario. Por ahora dudo que esto vaya a suceder. La duda que me queda es: ¿Cómo se debe entender la inocencia? ¿Quién es inocente, inocente?