Una noche lograda, una inauguración inusual, divertida, con buenos profesionales. Así quiero describir lo visto y vivido la noche del domingo 22 de febrero en los nuevos Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid.
Teatro moderno en manos de un director atrevido, irreverente. Una fórmula siempre arriesgada, pero también un reto.
En mi serie sobre Berlín y sus teatros ya toqué una gran variedad de salas, en parte porque tuve ocasión de ver varias de ellas y algunas obras modernas. Comparando las instalaciones del nuevo teatro madrileño, se podría compararlo con el Teatro Hans Otto de Potsdam, tanto en configuración como en algunos aspectos técnicos.
La gala inaugural comenzó divertida y terminó divertida. No ha sido diversión barata, chabacana. No. Ha sido de calidad, y realmente me esperaba de Boadella cierta calidad de ejecución. Habrá que ver lo que hace con las obras que se podrán ver en esta sala, pero por ahora pienso que se puede esperar algo realmente bueno.
Al llegar al teatro, los visitantes fueron separados por grupos de unas 40 personas y guiados por guías con aspiraciones artísticas - primera nota graciosa de unos jóvenes actores equipados con megáfono y banderita de guía. Nos llevaron de visita por el edificio para ver diferentes salas de ensayo y algunas bromitas como los profesionales claqueurs ensayando duramente, el estresado director tumbado en el sofá y con los papeles por el suelo, un coro con orquesta interpretando la sinfonía del silencio... y de paso subiendo y bajando por el edificio.
Antes de llegar al ensayo de urgencia, pasamos por un corredor en el que se podían ver dos mimos de los habituales de cualquier calle concurrida de Madrid: un vaquero dorado y un hombre que lucha contra el viento mostraban su arte, que de repente había dejado de ser callejero para convertirse en institucional.
Primera estación: La sala pequeña con un ensayo en directo, con un caos intencionado sobre el escenario que con sus numeritos realmente conseguidos sacó muchas risas al público. Un ambiente distendido, gracioso, bromista, del que disfrutaron tanto los artistas como los espectadores.
Y finalmente la obra en la sala grande, una ópera que al final es saboteada por una plataforma marxista y de la que destacó, ante todo, la profesionalidad y calidad de los artistas: cantantes de ópera, músicos, bailarines, coros y extras -guías incluidos- que se lo pasaron bomba.
Todo se inscribe en acudir sin complejos al mundo de Sam Wood y los hermanos Marx para, sobre la base de cinco o seis sketchs de violencia ajena, copiar sin sonrojo la fastuosa Una noche en la ópera.
A mi no me gustan los hermanos Marx, me resultan insultantes por divertirse a costa de los demás y no respetar regla alguna. Pero en este contexto, la imitación resulta ser conseguida.
También hay que entender el humor particular de los catalanes, y Boadella debe ser seguidor entusiasta de los hermanos Marx. Le caracteriza que lleva casi medio siglo desplegando insolencias en los escenarios, la mayor parte de ellas plagadas de lucidez, genio y mala baba. No todas las insolencias merecen aplauso por el mero hecho de serlo, aunque ayer se ayudaron con un grupo de cla en primera fila del patio de butacas, como ya pudimos ver ensayando durante la visita.
Una noche en el Canal dejó entrever, al subrayar que "este garito de postín" (los Teatros del Canal) sólo puede funcionar "gracias a los cheques de la señora Agüaire" (ustedes saben quién). Y lo que está claro: Tras 47 años de reírse del poder, Albert Boadella se ríe, por fin, con el poder. Y que ya está inmerso hasta las cejas en ese "teatro de Estado" al que tanto y tantas veces masacró. Es el ritmo de los tiempos en lo cultural y en lo político. La parte contratante de Albert Boadella es hoy por hoy la que es. Allí se ha quedado el ciudadano protestón, que ahora vive del poder popular, mientras que apoya, al parecer, al partido de Rosita que nada tiene en común con él que el cofundó hace dos años.
Ni la Plataforma de Titiriteros Descontentos (otra de las invenciones del libreto boadelliano representada por los Hermanos Marx) ni el muy real y muy creciente desasosiego ante el oleaje de la crisis lograron que la gente se quedara en casa. Y eso que la dura actualidad política apareció, de refilón y en plan coña, eso sí, con esta réplica en mitad del show:
¿¿¡¡Y el Museo de las Sinvergüencerías!!??
-¡¡Pero si los sinvergüenzas ya no caben en él!!
-¿Y el dinero?
-¡En los bancos!
-¡Pero si el dinero lo pone el Estado!
-¡Si tampoco tenemos Estado!
La Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid, con músicos de entre 15 y 25 años, el Coro de la Comunidad, la compañía de danza Losdedae, los grupos Yllana, Teatro Meridional e Impromadrid; la mezzosoprano Adriana Mastrángelo y el tenor Carlos Moreno cumplieron perfectamente con sus tareas. En conjunto un equipo muy joven, una gran oportunidad para todos sus componentes.
Me lo pasé muy bien y estoy expectante ante La Cena, la primera obra de verdad de Boadella en esta sala. Ya contaré más el día 26.
Anuncio de la inauguración en el blog de C's Madrid Noroeste
Venta de entradas
Teatro moderno en manos de un director atrevido, irreverente. Una fórmula siempre arriesgada, pero también un reto.
En mi serie sobre Berlín y sus teatros ya toqué una gran variedad de salas, en parte porque tuve ocasión de ver varias de ellas y algunas obras modernas. Comparando las instalaciones del nuevo teatro madrileño, se podría compararlo con el Teatro Hans Otto de Potsdam, tanto en configuración como en algunos aspectos técnicos.
La gala inaugural comenzó divertida y terminó divertida. No ha sido diversión barata, chabacana. No. Ha sido de calidad, y realmente me esperaba de Boadella cierta calidad de ejecución. Habrá que ver lo que hace con las obras que se podrán ver en esta sala, pero por ahora pienso que se puede esperar algo realmente bueno.
Al llegar al teatro, los visitantes fueron separados por grupos de unas 40 personas y guiados por guías con aspiraciones artísticas - primera nota graciosa de unos jóvenes actores equipados con megáfono y banderita de guía. Nos llevaron de visita por el edificio para ver diferentes salas de ensayo y algunas bromitas como los profesionales claqueurs ensayando duramente, el estresado director tumbado en el sofá y con los papeles por el suelo, un coro con orquesta interpretando la sinfonía del silencio... y de paso subiendo y bajando por el edificio.
Antes de llegar al ensayo de urgencia, pasamos por un corredor en el que se podían ver dos mimos de los habituales de cualquier calle concurrida de Madrid: un vaquero dorado y un hombre que lucha contra el viento mostraban su arte, que de repente había dejado de ser callejero para convertirse en institucional.
Primera estación: La sala pequeña con un ensayo en directo, con un caos intencionado sobre el escenario que con sus numeritos realmente conseguidos sacó muchas risas al público. Un ambiente distendido, gracioso, bromista, del que disfrutaron tanto los artistas como los espectadores.
Y finalmente la obra en la sala grande, una ópera que al final es saboteada por una plataforma marxista y de la que destacó, ante todo, la profesionalidad y calidad de los artistas: cantantes de ópera, músicos, bailarines, coros y extras -guías incluidos- que se lo pasaron bomba.
Todo se inscribe en acudir sin complejos al mundo de Sam Wood y los hermanos Marx para, sobre la base de cinco o seis sketchs de violencia ajena, copiar sin sonrojo la fastuosa Una noche en la ópera.
A mi no me gustan los hermanos Marx, me resultan insultantes por divertirse a costa de los demás y no respetar regla alguna. Pero en este contexto, la imitación resulta ser conseguida.
También hay que entender el humor particular de los catalanes, y Boadella debe ser seguidor entusiasta de los hermanos Marx. Le caracteriza que lleva casi medio siglo desplegando insolencias en los escenarios, la mayor parte de ellas plagadas de lucidez, genio y mala baba. No todas las insolencias merecen aplauso por el mero hecho de serlo, aunque ayer se ayudaron con un grupo de cla en primera fila del patio de butacas, como ya pudimos ver ensayando durante la visita.
Una noche en el Canal dejó entrever, al subrayar que "este garito de postín" (los Teatros del Canal) sólo puede funcionar "gracias a los cheques de la señora Agüaire" (ustedes saben quién). Y lo que está claro: Tras 47 años de reírse del poder, Albert Boadella se ríe, por fin, con el poder. Y que ya está inmerso hasta las cejas en ese "teatro de Estado" al que tanto y tantas veces masacró. Es el ritmo de los tiempos en lo cultural y en lo político. La parte contratante de Albert Boadella es hoy por hoy la que es. Allí se ha quedado el ciudadano protestón, que ahora vive del poder popular, mientras que apoya, al parecer, al partido de Rosita que nada tiene en común con él que el cofundó hace dos años.
Ni la Plataforma de Titiriteros Descontentos (otra de las invenciones del libreto boadelliano representada por los Hermanos Marx) ni el muy real y muy creciente desasosiego ante el oleaje de la crisis lograron que la gente se quedara en casa. Y eso que la dura actualidad política apareció, de refilón y en plan coña, eso sí, con esta réplica en mitad del show:
¿¿¡¡Y el Museo de las Sinvergüencerías!!??
-¡¡Pero si los sinvergüenzas ya no caben en él!!
-¿Y el dinero?
-¡En los bancos!
-¡Pero si el dinero lo pone el Estado!
-¡Si tampoco tenemos Estado!
La Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid, con músicos de entre 15 y 25 años, el Coro de la Comunidad, la compañía de danza Losdedae, los grupos Yllana, Teatro Meridional e Impromadrid; la mezzosoprano Adriana Mastrángelo y el tenor Carlos Moreno cumplieron perfectamente con sus tareas. En conjunto un equipo muy joven, una gran oportunidad para todos sus componentes.
Me lo pasé muy bien y estoy expectante ante La Cena, la primera obra de verdad de Boadella en esta sala. Ya contaré más el día 26.
Anuncio de la inauguración en el blog de C's Madrid Noroeste
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