Cada año de nuevo, especialmente a lo largo de los últimos ocho años, la iluminación navideña de Madrid y muchas otras ciudades europeas se ha convertido en todo menos el enaltecimiento del significado de las fiestas de la Natividad de Cristo.
La enajenación de estas fiestas llega a tal punto que gran parte de las sociedades europeas ya no está en condiciones de explicar el porqué de la Navidad, convertida en una fiesta de consumo y de regalos sin sentido más allá del deseo de recibir gratuitamente objetos de los demás.
Cuando se pregunta a los ciudadanos en la calle qué es la Navidad y por qué se celebra, especialmente los más jóvenes no saben lo que significa ni siquiera el nombre.
Navidad viene de Natividad (del Señor Jesu Cristo), como Weihnachten de la Noche Sagrada (geweihte Nacht). Y se llega a aberraciones de convertir esta fiesta en "Feliz cambio de temporada" o "Felices Vacaciones", como si el hecho de tener vacaciones en estas fechas fuera un motivo de celebración y fiesta o se tratara de celebrar simplemente el cambio estacional (cuando en realidad se trata del solsticio por ser el 21 de diciembre el día más corto del año. ¡Qué barbaridad! ¡Qué blasfemia!
La Navidad, desde hace décadas, pierde cada año más de su significado. El aspecto más repugnante de la vorágine comercial es la imposición global de la imagen de un San Nicolás degenerado en Santa Claus à la Coca Cola. El poder del marketing estadounidense ha conseguido eliminar cualquier rasgo del San Nicolás original y sustituirlo por un monigote de colores chillones y con ropaje más que cutre que ya no recuerda ni de lejos que en realidad se trata de la figura de aquel obispo de Bizancio, al que le siguió la leyenda de haber sido generoso con los niños en fechas navideñas.
Lo más triste es que incluso los políticos que se autodenominan o consideran conservadores -cuanto más hipócritas- han sustituido la imaginaria tradicional por un desfile de diseños de moda geométricos muy alejados de lo que transmite la Navidad, presumiblemente para no ofender a nuestros conciudadanos de otras religiones, sobre todo la tan radical e intolerante religión musulmana, cuyos feligreses se sienten ofendidos por cualquier cosa que suene a cristianismo. Y se olvidan de que la Navidad es una fiesta profundamente cristiana, incluso cuando antiguos símbolos paganos de origen germánico hayan sido convertidos en soportes de simbología crsitiana.
Esta cobardía de nuestros políticos europeos, tan poco representantivos del sentir general de sus pueblos, tan poco dignos administradores de una herencia histórica basada en la cultura cristiana y occidental, ha convertido nuestra Navidad en un espectáculo comercial de luces y sombras, de renuncias y enajenaciones, de traición y sedición, para entregar a nuestra cultura occidental sin defensas posibles a las hordas bárbaras venidas de oriente que nos imponen su detestable estilo de vida al ritmo de su infiltración en nuestras sociedades, muchas veces pagados con nuestros impuestos en forma de exagerados e injustificados beneficios se subsidios sociales. Es una situación creada a partir de las Resoluciones de Estrasburgo de 1973, aprobadas sin legitimidad alguna por representantes de los pueblos europeos occidentales y sin conocimiento por parte de éstos, para entregarnos sin contrapartida alguna a la hegemonía islámica por razones que se desconocen. ¿Quién en su sano juicio se entrega al enemigo más feroz y sanguinario para garantizar su propia decapitación?
Así es que cada Navidad resulta más aberrante, más repugnante, más atemorizante ver cómo la imagen luminosa de nuestras ciudades se parece más a una cuadratura del círculo o una circulatura del cuadrado de unos valores que los gobernantes parecen haber inventado para no tener que acordarse de ellos. Una cosa es la laicidad del gobierno, del estado, y otra muy diferente es la vacuidad de la sociedad a la hora de celebrar una fiesta religiosa, profundamente europea, al no saber explicar, en su inmensa mayoría, cuál es el significado real de la misma.
Por añadidura, la mezcla entre San Nicolás convertido en Papa Noël y hasta en la aberración cocacolense de Santa Claus -de Sante Klaas [holandés] por la influencia holandesa en Estados Unidos- y los Reyes Magos, impensable aún a principios de los ochenta en España, no ha hecho sino aumentar la confusión sobre el origen de la fiesta y el sentido de los regalos, pues los regalos de San Nicolás nada tienen que ver con aquellos de los Reyes Magos, siendo diferentes los destinatarios como diferentes los porteadores de los mismos. Los que adoraron a Cristo en su pesebre regalaron con otros objetivos que el que fuera obispo cristiano en tiempos posteriores en tierras bizantinas, cuya leyenda se fue transformando en cada región europea para adquirir personalidad propia, aunque hasta la imposición cocacolense prácticamente nunca había perdido su carácter y aspecto obispal, ya que como tal obispo humanitario había sido considerado como alguien que diera una pequeña alegría especialmente a los niños más necesitados -y sólo a éstos- de su zona de influencia.
Los políticos, por tanto, merecen nuestra reprobación por pervertir el sentido de la Navidad con una imaginaria láica llevada al extremo de la enajenación simbólica de una fiesta cristiana a la que traicionan y ofenden. Lo más consecuente sería que, antes de blasfemar y vilipendiar los valores mismos de la Natividad de Cristo, decidieran suprimir del todo la fiesta y la vorágine consumista para dejar su celebración reservada a los ámbitos privados cristianos sin más imposiciones de laicismo feroz. Pero al mismo tiempo deberían omitir cualquier referencia a otras religiones que parecen hoy en día más sagradas que las vacas de la India, con tal de no ofender a sus fanáticos seguidores que no hacen más que amenazar a nuestras sociedades europeas con reprimendas por las ofensas que dicen se les propinan, cuando en realidad son ellos quienes ofenden a todo un continente, en connivencia con los políticos que tan indignamente nos representan.
Ha llegado un punto en el que los europeos y -por extensión- los norteamericanos nos debemos plantear hacer frente a la destrucción de nuestra cultura y nuestros valores. La Navidad comercial y política es la muestra más contundente del riesgo que estamos corriendo en la actualidad.
La Navidad no es, hoy en día, una fiesta de la felicidad, sino un motivo de preocupación. El deterioro de los símbolos que se usan para decorar el mes de su celebración es equivalente al deterioro de nuestra sociedad occidental. Hoy más que nunca queda patente que algo muy grave puede ocurrir. De nosotros, los ciudadanos, depende encauzar la situación y reconducirla. Sólo que no tengo mucha esperanza de que esto ocurra. Más bien parece que vamos directamente al desastre.
Disfruten de lo que queda de la Navidad.
6 comentarios:
Todo son votos. Por alguna razón el voto conservador aguanta lo que le echen o eso piensan los politicos ya que solo actuan para no herir sensibilidades "progres".
En fin Feliz Navidad de un republicano.
Me llama la atención eso que comentas de las "Resoluciones de Estrasburgo de 1973". ¿Podrías especificar a qué se refieren? He intentado buscarlas en Google y no las encuentro. Gracias y Feliz Navidad.
Será por algo que no se puede localizar el texto de las Resoluciones de 1973, ya que establecen el objetivo de crear Eurabia sin consultar ni siquiera con los ciudadanos europeos.
Existe un texto que cita muchas fuentes: The Euro-Arab Dialogue
and
The Birth of Eurabia
Bat Ye’or
Me lo copié en alemán e inglés y te los puedo mandar si no lo encuentras en la red.
El contenido es realmente explosivo y debería ser difundido mucho más.
Gracias por el interés.
Saludos
Yo te daba por ateo, o cuando menos "agnóstico practicante"...
Aunque lo seas, visto lo que has escrito, aprovecho para desearte unas santas y felices navidades.
Gracias, AMDG. No soy agnóstico, soy cristiano que no practica rito alguno, aunque considero el rito católico el más genuino, mientras que la Iglesia no me merece ni credibilidad ni acatamiento de sus reglas. Digamos que me importan los principios y valores cristianos que proclamaba Cristo, mientras que me repugna la hipocresía de las iglesias cristianas en general.
Feliz Navidad también para ti.
A propósito de lo que dices, estoy leyendo Mere Christianity, de C. S. Lewis. Impresionante.
Por si tienes hueco en la lista de libros a leer. En todo caso, lee alguna reseña antes, por supuesto...
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