04 noviembre 2009

Todas las maldiciones del mundo - entrevista con Javier Quevedo

Un hombre acabando una terapia de desintoxicación por exceso de una droga del olvido. Una enfermera infeliz que desaparece. Un hombre que estuvo en la vida anterior al tratamiento y que no logra ganarse el afecto del protagonista. Una pareja que lo es por circunstancias y que se separa. Un hermano que desea olvidar por lo mismo que el protagonista cuando antes no entendía muy bien lo ocurrido. El protagonista vaga por la vida y el mundo sin rumbo claro en busca de quien no logró olvidar.

La segunda novela de Javier Quevedo, que el autor empezó a escribir en realidad antes que la primera, se antoja surrealista, un poco al estilo de Dylan Thomas en "Con Distinta Piel", entendiéndose el término en un sentido filosófico-existencialista. Cuenta la historia de alguien que por causa del desamor cayó en el error de querer borrar la memoria con la pastilla del olvido. O al menos es eso lo que piensa el protagonista. Sin embargo, olvidó todo menos su experiencia traumática de haber perdido a quien más amaba. ¿De verdad no la olvidó? ¿Se puede olvidar lo que tal vez nunca existió como uno piensa?

Este artículo de análisis con entrevista al autor acercará al lector a esta novela que recomiendo encarecidamente a todos, porque la manera de contar la historia no sólo es literariamente ejemplar por su estilo, sino también curiosa, ya que la trama y el estilo del relato provocan máxima expectación y reflexión profunda.

La novela es mucho más compleja que la pregunta por el intento de olvidar acontecimientos o vivencias pasadas. Lo que parece que ocurre, en realidad es otra cosa muy distinta. De allí que surge la pregunta de si ¿se podría decir que la novela "Todas las maldiciones del mundo" tiene un toque surrealista?  Y hemos aquí la respuesta del autor:

Javier Quevedo: La verdad es que nunca lo había pensado en esos términos. Pero ahora que lo dices, puede que sí tenga algo de surrealista… claro que no en el sentido de “absurdo” que mucha gente entiende este término. A veces hay en la novela una especie de libre fluir de la conciencia de Gabriel que no sabes hacia dónde va a llevar el discurso y que se puede asemejar un poco a una especie de estado onírico. Ignoro si es ese el toque surrealista al que apuntabas, pero lo cierto es que nunca me había parado a pensar en ello." 


El protagonista de la historia cayó en el abuso de una droga para olvidar su experiencia afectiva traumática. O al menos es eso lo que parece al principio. Su paso por una especie de clínica de desintoxicación sólo sirvió para agudizar su claridad mental. Se queda en una situación de espectador que analiza lo que ocurre alrededor suya, pero sin implicarse. Su vida transcurre por sí sola, en medio de un mar de indiferencia. Su vida se convierte en un estado apático, aunque lúcido, pues filosofa sobre la vida - su vida. ¿Abstraerse en pensamientos sobre el sentido de la vida puede ayudar a sobrellevar un estado depresivo? 

Javier Quevedo: Yo creo que es más un asunto de inevitabilidad que de utilidad. Quiero decir que no es que Gabriel busque reflexionar sobre su vida como vía para sobrellevar su estado, sino que más bien es algo de carácter un poco compulsivo, que no puede evitar, que le surge sin pararse a pensar demasiado en lo que está haciendo. En todo caso, sospecho que lo peor que uno puede hacer en estados de depresión es encerrarse en sí mismo y ponerse a darle vueltas a todo, puesto que con la cabeza caliente se corre el riesgo de caer en una especie de espiral que no lleva a ninguna parte. Los problemas es mejor pensarlos con la cabeza fría, ¿no? 

El hilo conductor a modo de leitmotiv es la calima: Aparece al principio del relato y vuelve a aparecer al final, en unas circunstancias más que sorprendentes si tenemos en cuenta el error en el que puede caer el lector si piensa con una lógica corriente guiada por el relato de Gabriel. Y es sólo entonces cuando se aclaran las cosas.

Partiendo de la idea inicial de que el protagonista -Gabriel- habla con su ex, lo que es producto de su experiencia afectiva traumática, consciente de que éste no le puede escuchar y que seguramente nunca más tendrá la oportunidad de hablar con él, aunque siempre guarda un hilito de esperanza de que le llame o lo encuentre en cualquier momento, invita a la reflexión sobre si ¿tener conversaciones ficticias con el amor perdido es beneficioso o perjudicial para uno mismo? 

Javier Quevedo: Supongo que eso es algo que depende de muchos factores. A mí me da la impresión de que, cuando uno mantiene conversaciones ficticias con alguien, siempre hay un cierto componente obsesivo-compulsivo en ello, por pequeño que sea. Lo importante es que ese componente no nos supere; lo ideal sería focalizar esas conversaciones para organizar el discurso interior y quizás poner en orden las ideas, un poco como haríamos con un diario privado. No creo que sea ni útil ni sano despacharnos o desahogarnos de esa manera, dado que se trata de un discurso que sólo oímos nosotros mismos. Pero vamos, que todo esto son impresiones mías, no soy psicólogo ni nada por el estilo…  
 
A lo largo de la historia aparecen personajes varios y curiosos, igualmente fracasados sentimentalmente. Tal vez también fracasados enteramente. Infelices que buscan la felicidad con la certeza fatalista de que nunca la encontrarán. La soledad afectiva de vidas que se cruzan, que se comprenden hasta cierto punto. Pero nadie se involucra en la vida del otro. Cada uno tiene que afrontar su vida por sí solo. ¿Supone el trauma afectivo una incapacidad temporal para relacionarse a fondo con otras personas o para establecer nuevas amistades? 

Javier Quevedo: Interesante lectura… No sé, cada persona vive el trauma afectivo de una manera, pero creo que todas tienen un elemento en común: cierta incapacidad para ver las cosas con claridad. Algunos se verán incapacitados para relacionarse a fondo con otras personas y se cerrarán en banda en sí mismos, mientras que otros tal vez crean estar relacionándose a fondo con otras personas, cuando en el fondo sólo están llenando desesperadamente los huecos y las carencias que les ha dejado ese trauma afectivo. Lo que le pasa a Gabriel es que se siente completamente alienado, experimenta un vacío que sólo se explica en toda su dimensión hacia el final del libro… y lo irónico es que ni siquiera siente demasiada empatía cuando se encuentra a otras personas que también viven encerradas en sus propias cáscaras. Es un poco como lo del pez que se muerde la cola. Quizás encaje bastante tu visión de lo que le pasa a Gabriel, ahora que lo pienso, me gusta. 

En definitiva, se trata de otros que caen en el desamor, el desánimo y buscan ayuda sin encontrarla, aunque si pusieran de su parte, seguramente la encontrarían. Como el hermano del protagonista, al que se podría aplicar la regla de que "no te rías nunca de la desgracia de otro, igual te ocurre lo mismo un poco más adelante".

Gabriel no está solo en su desgracia, aunque cada desgracia es diferente. ¿Refleja "Todas las maldiciones del mundo" una problemática social del aislamiento en el que vivimos o viven algunos cuando pierden la capacidad de relacionarse? ¿No se trata tal vez de un tipo de autismo social que es consecuencia de una experiencia traumática en las relaciones personales? 

Javier Quevedo: Esa es, sin lugar a dudas, la lectura que se puede ir extrayendo durante gran parte de la novela, estoy de acuerdo. Sin embargo, si nos ceñimos al viraje que se da en el tercio final, creo que la novela habla de otras cosas muy diferentes o, por lo menos, menos específicas: todas las maldiciones del mundo acaban siendo la misma, es decir, todas acaban reduciéndose a la frustración, la carencia de aquello que deseamos y no tenemos. Creo que, más que de la incapacidad de relacionarse, que es al fin y al cabo una parte concreta del problema, el libro habla de algo más general: la frustración como mal social. 

Al final de la historia, queda claro lo que el lector hasta muy avanzada la novela tiene tan poco claro como Gabriel. ¿Cuál habría sido la salida para el protagonista de no haber caído en la droga del olvido? 

Javier Quevedo: Nada bueno, desde luego. Llegado un momento de la novela, se comenta qué es lo que hace alguna gente que no es capaz de superar el momento de lucidez que tuvo Gabriel y, si mal no recuerdo, se habla de suicidio. Lo curioso es que Gabriel, por motivos demasiado complejos como para comentar aquí, optó por otra opción que él consideró mucho menos autodestructiva… sin embargo, se trata de una salida que, a su manera y según queda reflejado en la novela, también tiene mucho de autodestructiva (al menos, simbólicamente). 

Lo realmente surrealista de la historia -ya que hablo de surrealismo- no es la supuesta pérdida del amor, sino el error en que cae Gabriel sobre su verdadera situación sentimental. ¿Refleja la historia lo que ocurre a muchas personas que buscan sin éxito la felicidad y no la encuentran por su propia incapacidad de relacionarse? 
 
Javier Quevedo: Absolutamente. Por ejemplo, esa es la función básica que desempeña Sam dentro del relato: él es la persona idónea y, aunque Gabriel lo tiene delante de las narices todo el tiempo, apenas lo ve porque está demasiado ocupado persiguiendo dentro de su mente a otra persona. Aunque no hay que olvidar que también el propio Sam podría estar equivocándose al creer haber encontrado en Gabriel lo que tenía en otro, por el simple hecho de que ambos guarden algunas similitudes asombrosas. De todos modos, no son los únicos personajes aquejados de este problema, continuamente están entrando y saliendo en la historia personas que son infelices por no haber sabido relacionarse con los demás o por haberse equivocado con las decisiones que han tomado a la hora de relacionarse.

¿El pasado siempre estará presente en nuestras mentes, por mucho que intentemos borrarlo? ¿O acaso idealizamos el pasado obsesionándonos con algo que nunca existió? 

Javier Quevedo: Alguien dijo en una ocasión que el pasado y el futuro no existen, que todo lo que tenemos es el presente. A veces, las personas nos obsesionamos con el pasado y, si no inventarlo totalmente a nuestro antojo, lo que tal vez hagamos es magnificarlo, pulirlo de imperfecciones y quedarnos con lo bueno. Supongo que de ahí el famoso dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor, que siempre me ha sonado bastante cínico, dicho sea de paso. 

¿Nos obsesionamos con los malos recuerdos o los hacemos peores de lo que realmente son? 

Javier Quevedo: Ayer estaba viendo “(500) días juntos”, una película que recomiendo a todo el mundo, y me llamó la atención algo que le dijo un personaje al protagonista: ahora sólo te acuerdas de lo bueno; cuando pienses en el pasado, recuérdalo tal cual era. Es curioso cómo siempre tendemos a manipular nuestros recuerdos para quedarnos con una sensación polarizada de lo que fueron. Quien tenga una mala experiencia de algo, seguramente la magnificará hasta convertirla en un infierno. Y quien añore su pasado, tenderá a pasar por alto todo lo que pudiera tener realmente de malo y acabará pensando que aquello era el paraíso. 

Ideas claras versus ideas confusas - ¿contrapunto entre El Tercer Deseo y Todas las maldiciones del mundo? En ambas novelas hay un despertar en la desgracia, aunque el final sea diferente: en la primera es esperanzador, en la segunda se pierde toda esperanza. 

Javier Quevedo: ¿Tú crees? A mí el final de Todas las maldiciones del mundo me parece muy esperanzador. Las dos últimas páginas de la novela están llenas de pistas, de guiños que nos marcan un cambio de mentalidad decisivo en el protagonista. De hecho, si me preguntaras cuál de los dos finales es más inequívocamente optimista, más esperanzador, diría que el de Todas las maldiciones del mundo. Gabriel ha pasado de una mente confusa y un corazón enmarañado a un estado de lucidez total y un corazón saneado, que parece empezar a latir de verdad. Él mismo afirma que anhela alcanzar cosas auténticas, reales, y que no le importa tener que esperar. Creo que ahí está la clave de todo, en esa voluntad de no querer seguir engañándose por más tiempo (y cuando hablo de no engañarse, me refiero a ninguno de los dos modos de engaño que perpetra Gabriel sobre sí mismo en la novela). 

Gabriel piensa que la droga del olvido le borró la memoria, cuando en realidad le borró la noción de la realidad. ¿Existe un equilibrio entre recuerdos buenos y recuerdos malos? ¿Consiste la maldición en salir del sueño de un pasado inexistente o en sumergirse en una nebulosa para no ver la realidad? 

Javier Quevedo: Por no desvelar de más a quien no haya leído el libro, diré que la auténtica maldición es equivocar el objeto de nuestro deseo. Esa es la mayor frustración que sufre Gabriel y, para rizar el rizo, la sufre por partida doble. En algunos asuntos, es preferible mantener la cabeza fría y los pies en el suelo, aunque sea para evitar acabar persiguiendo fantasmas con una red agujereada.

Te gustan los cuentos. ¿Hay moraleja si pensamos que esta novela podría ser un cuento surrealista?
 
Javier Quevedo: Si te soy sincero, me gustan los cuentos, pero no las fábulas. O dicho de otro modo: me gusta hacer mis interpretaciones, pero no que me digan al final lo que debo pensar. Te aseguro que lo último que pretendía es sentar cátedra con la visión que pueda insinuar en la novela, es decir, no quería en ningún momento dar moralejas ni nada por el estilo (y espero no darlas). Lo que sí te puedo decir, tal vez entroncando un poco con esa lectura surrealista que comentabas antes, es que se puede extraer una lectura muy irónica de todo lo que le pasa a Gabriel, un cierto poso agridulce del que se puede aprender algo o no. Como ya comentamos en la otra entrevista a propósito de El tercer deseo, me gusta que el lector saque sus conclusiones y, si viene al caso, que cuestione las que yo le pueda haber sugerido. 

¿Novela de amor o novela existencialista? 
 
Javier Quevedo: Hace poco me comentaba alguien que esperaba leer una novela de amor y que lo había desconcertado al no encontrar rastro de ello en el libro. Yo creo que, si bien no es el tema central, Todas las maldiciones del mundo sí habla bastante del amor, o por lo menos de la idea del amor… claro que se habla de él de un modo mucho menos romántico que en El tercer deseo, más distanciado, casi quirúrgico por momentos. De todos modos, me parece que tiene más de novela existencialista, si nos centramos en lo que comentaba antes que considero es el tema esencial de la obra: las frustraciones. Y hay frustraciones en la novela que no tienen nada que ver con el amor (o, por lo menos, nada que ver con el amor romántico). 

¿Cuál es, por tanto, la conclusión de esta historia curiosa?

Una novela distinta. ¿Triste y pesimista o todo lo contrario? El libro invita a la reflexión, igual que El Tercer Deseo, pero de otra forma. El problema de fondo es parecido en ambos libros, pero el enfoque es distinto. También el estilo. Aquí todo transcurre cronológicamente, quizás como expresión de que el protagonista paso a paso va adquiriendo conciencia de su verdadera situación, mientras que Jonás en El Tercer Deseo realmente no tiene nada claro. Gabriel las tiene claras hasta cierto punto... mientras que no se levante la calima que no le deja ver.

No todo puede ser luz y color. La vida no lo es siempre. Una cosa queda fuera de duda: El pasado siempre estará presente en nuestras mentes, por mucho que intentemos borrarlo. Lo que importa es saber diferenciar y desprenderse del lastre que no nos sirve en absoluto y evitar que nuestros recuerdos se conviertan en algo que no se corresponde con la realidad que habíamos vivido. La mente posiblemente es tan independiente que no se deja manipular, y si se intenta hacerlo, puede pasar factura en forma de un desequilibrio de los recuerdos. Porque siempre hay recuerdos buenos y malos. Para que pesen más los buenos recuerdos hace falta aprender no obsesionarse con los malos. Y si encima interviene un factor externo que manipula la memoria, los resultados pueden ser nefastos.

Tal vez sea ésa la moraleja.

Muchas gracias, Javier, por esta alucinante experiencia de tu libro y de la entrevista contigo.

(c) Pedro Schwenzer



No hay comentarios: