S.M. el Rey dirigiéndose a la nación en la madrugada del 24-F |
Hace hoy treinta años de los sucesos del 23 de febrero de 1981, cuando una parte de los altos mandos militares se sumaron a una operación que debía tener como resultado un golpe de estado, pero que fracasó porque no todos los militares se sumaron a dicha operación. Hasta el día de hoy no queda muy claro quiénes estaban detrás del golpe, ya que sólo se conocieron los que ejecutaron el mismo en Valencia, en Madrid y pocos sitios más.
Los golpistas dejaron al margen de sus acciones a la Casa Real y ocuparon sólo el Congreso y algunos puntos estratégicos. Donde quizás fue más efectivo el golpe fue en Valencia, donde el General Miláns del Bosch era el Capitán General de la Región Militar de Valencia.
La madrugada del 23 al 24 de febrero, sobre las 3 horas, Su Majestad el Rey, tras evaluar la situación y aguardar acontecimientos, hizo un llamamiento por televisión para que los militares renunciaran a sus propósitos de instaurar una nueva dictadura militar, y quizás fue por ese llamamiento que no todos los altos mandos de los tres ejércitos se sumaran a la operación, lo que hizo que durante la mañana del 24 el golpe fracasó y los militares abandonaron el Congreso.
La actuación del Rey fue clave y a la vez fue un momento estelar, ya que como salvador de la democracia adquirió gran prestigio no sólo en España, sino en todo el mundo.
¿Cuáles fueron las razones para dicho golpe de estado?
En realidad, la situación política en España en aquel momento fue comparativamente menos delicada que hoy en día, entre otras cuestiones porque la locura nacionalista aún no había llegado a los extremos que se puede observar hoy especialmente en Cataluña, y económicamente España estaba creciendo lenta pero constantemente.
Políticamente el país aún vivía en una situación inestable en cuanto que la transición estaba en plena marcha y la Constitución sólo llevaba algo más de dos años en vigor. En las Fuerzas Armadas aún quedaban muchísimos mandos de la época franquista, y es allí donde residía el mayor malestar con los cambios políticos.
Por añadidura, los políticos de entonces, al igual que los de hoy, se dedicaban a todo menos a aúnar fuerzas y trabajar juntos, de forma responsable, en la modernización de España. Los desvaríos nacionalistas crearon problemas adicionales y la banda terrorista ETA no hacía más que matar, en aquel año alrededor de 100 personas perdieron la vida por sus acciones violentas con coches bomba y tiros en la nuca.
Adolfo Suárez había sido el hombre clave de los inicios de la transición, pero fue poco decidido a la hora de llevar a cabo las reformas, quizás porque quería quedar bien con todas las fuerzas políticas, una actitud que más tarde hizo fracasar su segundo proyecto político, el Centro Democrático y Social (CDS). Por añadidura, la izquierda de socialistas y comunistas le hacía la vida imposible, por lo que decidió dimitir. Y ese fue el momento clave para los militares franquistas para intentar dar un golpe de estado, ya que el 23 de febrero debía haber sido investido su sucesor Leopoldo Calvo Sotelo. La interinidad del poder ejecutivo ofreció un momento de debilidad adecuado para las acciones militares de ese día.
La principal culpa del golpe quizás la tenga, por tanto, la izquierda española, y hasta me atrevería a aventurar que fue esa izquierda que deseaba un acontecimiento así para poder ganar las elecciones y hacer una limpieza en las Fuerzas Armadas para eliminar para siempre todos los militares que podrían tener ideas franquistas. Precisamente fue eso lo que pasó después, cuando Felipe González ganó las elecciones de octubre de 1982, en parte consiguiendo el paso a la reserva de muchos altos mandos a cambio de elevadas pensiones, mientras que otros, que fueron más prudentes cuando se fraguó el golpe de estado y esperaron acontecimientos sin desvelar su simpatía con los golpistas. Estos últimos fueron luego los más beneficiados con buenos destinos. Los socialistas compraron así a muchos militares sin un perfil político claro y se aseguraron el poder y la neutralidad de las Fuerzas Armadas.
Hoy en día sería impensable otra proeza como la de 1981, sobre todo porque no queda casi nada de un ejército con capacidad de controlar los puntos neurálgicos del estado y del gobierno, pero también porque el contexto político con la Unión Europea haría inviable una dictadura militar por el asilamiento que supondría para España.
Lo que sí quedó demostrado es el papel importantísimo de la Monarquía y de la figura del Rey para salvaguardar la estabilidad política en una situación extrema. Pero no sólo eso. En los últimos meses el Rey ha ejercido una función clave como la de resolver problemas como el estancamiento en la renovación del Tribunal Constitucional, así como otros embrollos causados por un gobierno de ineptos. Para algunos puede parecer poco, pero nos encontramos muchas veces en situaciones extremas en las que el Rey suele intervenir de una forma muy diplomática para solucionar lo que ni el gobierno ni la oposición parecen querer solucionar por puros intereses partidistas y estratégicos.
Treinta años después de aquel golpe de estado fracasado demasiados políticos no parecen haber aprendido la lección. Se creen muy seguros en el orden político actual, y así se olvidan siempre de nuevo de los intereses supremos de España y de sus ciudadanos que son, principalmente, la buena gestión del estado, la honradez, la transparencia, la cooperación entre la sfuerzas políticas, la unidad nacional por encima de bizarros interesas nacionalistas y el orden constitucional.
Que vivamos hoy en una situación de estabilidad institucional no significa que ésta no se pueda ver alterada de la noche a la mañana. Sin que sea comparable, la situación estancada en los países del norte de África ha llevado a una oleada de revueltas y protestas, con la caída de gobiernos y regímenes. Cada país o región puede ser muy diferente, pero los momentos límites pueden provocar reacciones populares que desarrollan una dinámica propia poco previsible.
Ojalá el día de hoy haga repensar a muchos políticos su actitud actual en cuestiones fundamentales para la ciudadanía. Quizás este año sea un año clave para que algo cambie a mejor sin revulsivos más graves que algún vuelco electoral.
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