Cuando ocurren estos terremotos, maremotos y tsunamis todos juntos, uno se da cuenta lo efímero que pueden ser la vida, la cultura y la civilización. En cuestión de minutos desaparecen ciudades enteras, y objetos muy pesados como grandes buques, coches, camiones y casas enteras son trasladados por cientos de metros y hasta kilómetros de tierra como si fueran cajetillas de cerillas.
Desaparecen así décadas e incluso siglos de historia en un plís plás, por la obra de un temblor y una ola gigante. Todo el trabajo y dinero invertidos durante mucho tiempo se quedan en nada. Para no hablar de las vidas perdidas o destrozadas que deja tras de sí tal catástrofe natural.
Lo peor de todo es que la ola de destrucción causada por temblores de tierra y olas gigantes provoca averías graves en instalaciones industriales, conducciones de gas y centrales nucleares. Hemos visto como una ciudad entera ardía como consecuencia de los efectos devastadores de tales averías, lo que es demostración clara que por mucho desarrollo tecnológico la humanidad no es capaz de controlar situaciones de emergencia de esta magnitud.
Lo más grave, dentro de la gravedad incalculable de los sucesos, es que empiezan a explotar centrales nucleares. Japón está plagado de estas centrales energéticas, sobre todo porque no tiene mucho espacio y necesita mucha energía para sus industrias y sus habitantes. La energía nuclear es la más barata mientras todo va bien, pero es la más nociva cuando las cosas van mal como ahora.
En un país que sufre constantemente terremotos, lo que no se entiende muy bien es que se use esta tecnología para producir energía sin disponer de sistemas que garanticen que en caso de avería puedan ser desconectadas las barras de combustión. Realmente es un sistema que sólo es viable en países sin riesgos sísmicos. Por otra parte, estos días se ha comentado que Japón muy bien podría haber apostado más por las energías renovables, pero apostó por la energía nuclear. Todo sea por hacer caja con una industria de grandes dimensiones, pero sin pensar en las consecuencias.
Así que a la tragedia humana y económica se une ahora la mucho más preocupante tragedia nuclear. Japón sufrió dos bombas atómicas con resultados devastadores, y ahora cuenta, además, con más de 50 centrales nucleares que no son sino bombas de relojería sin hora fija.
Los niveles de radiación ya han superado el límite de seguridad en los alrededores de la planta nuclear operada por Tokyo Electric Power Co (Tepco) y cerca de 200 personas se encuentran en observación tras haber recibido cantidades no concretadas de radiación.
Tres de los cuatro reactores de la central nuclear han sufrido problemas de refrigeración. Una 'mínima' fuga de cesio radioactivo, el desplome de una de las cápsulas que protegen el reactor número 1 y los incidentes de las últimas horas en el tercero han llevado a expertos internacionales a describir la situación como 'muy seria', en contraste con los intentos del Gobierno de quitar hierro a la crisis.
Las autoridades de varias ciudades cercanas a las plantas han empezado a distribuir medicamentos destinados a paliar los efectos de una hipotética contaminación radioactiva en estaciones de policía y hospitales, muchos de ellos convertidos en refugio para quienes se han quedado sin hogar.
Con toda la magnitud de la tragedia, los políticos europeos están más preocupados por intervenir militarmente en Libia que por darse cuenta de que el mundo sufre problemas mucho más graves que la continuidad de un dictadorzuelo árabe al que hasta hace poco le consentían todas sus extravagancias y le hacían concesiones económicas y políticas ante el miedo de perder suministros de crudo y gas.
En Alemania, los Verdes están también en ebullición. Su fervor antinuclear, que a causa de la crisis económica y energética había quedado relegado a un tercer plano, de repente recibe nuevos bríos, por lo que no dudan de aprovechar la situación para hacer campaña, ya que este año Alemania celebra elecciones parlamentarias en diferentes estados federados y el miedo a la radiación de estas centrales para ellos podría traducirse en votos.
Y otros que huelen una nueva oportunidad de negocio son las ONGs que no tardan en recaudar fondos para el Japón. Sólo que Japón no necesita tanto ayuda económica, porque es un país rico y altamente desarrollado, sino más bien ayuda técnica para rescates y la reconstrucción. Pero, además, las cosas se complican con las centrales nucleares a punto de reventar o ya reventadas, porque un equipo de rescate alemán decidió regresar a su país a la vista del riesgo de contaminación por radiación nuclear. ¿Quién se creerá, ante esta situación, que las ONGs van a aportar algo? Y por último: ¿Alguien piensa en el orgullo del pueblo japonés a la hora de imponer ayuda humanitaria? Porque siempre se trata de obligar a los países afectados a aceptar la intervención de organizaciones extranjeras en sus asuntos internos. La ayuda que se preste debe responder a lo que pida Japón, no a los que piensan en otros países lo que deba aceptar como ayuda.
El pueblo japonés sabrá organizarse y sobreponerse al desastre. Desde aquí sólo cabe desearle suerte y que tenga fuerzas para acometer las tareas que tiene por delante.
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