Hoy ha tenido lugar la celebración anual del desembarco en la Normandía durante la Segunda Guerra Mundial, con el que se inició la gran ofensiva contra una Alemania llevada al desastre por su gobierno nacionalsocialista, algo por lo que aquel país tiene que pagar aún hoy, 65 años después.
Todas estas celebraciones de guerras y ofensivas bélicas contra países que se suponen amigos y socios de los celebrantes en una Europa cada vez más unida, al menos formalmente, para crear una gran comunidad política y económica con libre movimiento de personas y mercancías entre los veintisiete países miembros, resultan cada vez más anacrónicas. Incluso me atrevería a decir que son una ofensa más que un homenaje a los caídos o la proeza bélica.
No se trata de que se olviden determinados hechos históricos, sino de no reabrir viejas heridas, fomentando el resentimiento y el odio más que cultivar la memoria histórica para evitar que se repitan circunstancias que llevaron a las grandes guerras que no fueron más que destrucción de vidas humanas y patrimonios culturales, mientras que nunca sirvieron realmente para nada si comparamos situaciones anteriores y posteriores al empleo de la violencia bélica.
El Día D de la Normandía fue -también- un error estratégico. Murieron muchos soldados por un error de cálculo o de previsión de los responsables militares, que los mandaron al fuego abierto sacrificando miles en un solo día, lo que equivale a un asesinato con premeditación y alevosía y es expresión del desprecio por la vida de ciudadanos mandados a una guerra por hombres sentados en despachos lejanos cómodamente.
Por otra parte, los franceses, que iban de remolque, ya que no pintaron realmente nada en la ofensiva al no disponer de ejército propio operativo en aquel momento, son los más interesados en recordar el día en que comenzaron a recuperar su independencia, pero no sin haber colaborado un tiempo y en una parte de Francia con los ocupadores nazis.
Sería mucho más útil celebrar hechos históricos que simbolizan el nexo de unión entre los europeos, su origen común y el carácter positivo de algunos acontecimientos que fueron todo menos el enfrentamiento entre pueblos.
La visita de Obama a Europa con motivo del 65º aniversario del Día D fue precedida por sendas visitas a Israel para pedir el estado palestino y reafirmar el apoyo a Israel, a El Cairo para alabar al islam y contar incoherencias por ignorancia de la historia, y a Dresde y Buchenwald para hurgar en la memoria dolorosa de un pasado tenebroso, mientras EE.UU. tiene otro campo inhumano en un enclave en Cuba cuyos presos Obama nos quiere endosar ahora a los europeos sin que tengamos nada que ver con ellos ni con el marrón autofabricado por los americanos.
Se trata de un recalentamiento continuo del sentimiento de culpabilidad de unos y de triunfo de otros, de subrayar que unos son perdedores y otros vencedores, de actos de humillación y demostración de supremacía.
Obama ya dejó entrever su actitud cuando en plena campaña electoral estadounidense dio su discurso en Berlín, bajo la Columna de la Victoria. Su semblante sereno, de predicador americano, es engañoso y hace temer lo peor. EE.UU. quiere imponer a Europa cuál ha de ser la política europea y quién manda aquí. Las caras de los gobernantes visitados son llamativas: Mubarak (Egipto), con expresión contrariada, y Merkel (Alemania), con expresión contrariada, de la que Obama ni siquiera se despidió dándole la mano (un gesto bastante musulmán, diría yo).
En una Europa unida lo que no procede es celebrar acontecimientos que humillan a otros. En Europa, todos los países han tenido guerras entre sí, incluso estados alemanes se enfrentaron unos con otros por intereses territoriales. Si realmente quieren crear una especie de Estados Unidos de Europa, lo que tiene que prevalecer son los valores comunes, la concordia entre los pueblos y la superación de resentimientos históricos.
Tal vez algunos países aún no han comprendido que ya no son ni deben ser hegemónicos, mientras que otros dejaron de celebrar hace tiempo batallas contra países que hoy son amigos y socios. Un sentimiento europeo tiene que partir de una nueva forma de pensar y de actuar sin quedar anclado en un pasado ya remoto que la mayoría de las nuevas generaciones apenas conocen ni pueden entender. El mundo nunca cambiará siguiendo viejos esquemas de potencias mundiales o continentales y países subordinados.
Las conmemoraciones casposas de hazañas bélicas como la de Normandía deben cesar. Necesitamos una política nueva, necesitamos políticos nuevos. El mundo ha cambiado, pero los políticos siguen con una mentalidad del siglo XIX, con intereses geopolíticos caducos e inmovilistas. Los actos en la Normandía se organizaron -como se pudo ver en la televisión- para un público selecto, decorado con veteranos de guerra luciendo medallas. Es el mundo particular en el que viven los gobernantes, lejos de los ciudadanos a los que hacen pagar las facturas. ¿Es esa la Europa que queremos? Invito a la reflexión.
Obama ya dejó entrever su actitud cuando en plena campaña electoral estadounidense dio su discurso en Berlín, bajo la Columna de la Victoria. Su semblante sereno, de predicador americano, es engañoso y hace temer lo peor. EE.UU. quiere imponer a Europa cuál ha de ser la política europea y quién manda aquí. Las caras de los gobernantes visitados son llamativas: Mubarak (Egipto), con expresión contrariada, y Merkel (Alemania), con expresión contrariada, de la que Obama ni siquiera se despidió dándole la mano (un gesto bastante musulmán, diría yo).
En una Europa unida lo que no procede es celebrar acontecimientos que humillan a otros. En Europa, todos los países han tenido guerras entre sí, incluso estados alemanes se enfrentaron unos con otros por intereses territoriales. Si realmente quieren crear una especie de Estados Unidos de Europa, lo que tiene que prevalecer son los valores comunes, la concordia entre los pueblos y la superación de resentimientos históricos.
Tal vez algunos países aún no han comprendido que ya no son ni deben ser hegemónicos, mientras que otros dejaron de celebrar hace tiempo batallas contra países que hoy son amigos y socios. Un sentimiento europeo tiene que partir de una nueva forma de pensar y de actuar sin quedar anclado en un pasado ya remoto que la mayoría de las nuevas generaciones apenas conocen ni pueden entender. El mundo nunca cambiará siguiendo viejos esquemas de potencias mundiales o continentales y países subordinados.
Las conmemoraciones casposas de hazañas bélicas como la de Normandía deben cesar. Necesitamos una política nueva, necesitamos políticos nuevos. El mundo ha cambiado, pero los políticos siguen con una mentalidad del siglo XIX, con intereses geopolíticos caducos e inmovilistas. Los actos en la Normandía se organizaron -como se pudo ver en la televisión- para un público selecto, decorado con veteranos de guerra luciendo medallas. Es el mundo particular en el que viven los gobernantes, lejos de los ciudadanos a los que hacen pagar las facturas. ¿Es esa la Europa que queremos? Invito a la reflexión.
2 comentarios:
Y todo esto por no hablar de las barbaridades que hicieron los "aliados" en Alemania, donde fueron más sangrientos si cabe que los propios alemanes.
Obama es, al fin y al cabo, un americano más, desdeñoso con Europa, a la que mira con los ojos envidiosos.
A mi nunca me ha gustado, siempre supe que iba a ser más de lo mismo. Y ahora lo está demostrando: supremacía de su país por encima de todo... Quiere sacarla más y más partido a una especie de "deuda histórica" que se supone que tenemos con ellos por habernos librado de los alemanes.
En fin, yo también creo que deberían cesar las humillaciones a Alemania, nación sufridora donde las haya.
Un saludo
Con todo respeto, yo no creo que estas celebraciones sean anacrónicas.
En cuanto a Obama, quien tiene que dar el siguiente paso es el Partido Republicano (que parece estar muy agitado).
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